La
Vera Cruz recupera el escudo primitivo y su antiguo lema
En
el imaginario emocional de instituciones como las hermandades la
representación simbólica adquiere un valor inmanente que trasciende
a su propia materialidad. Un patrimonio simbólico que por su propia
naturaleza resulta frágil y sensible a los cambios. Y es
precisamente por ello que esta herencia inmaterial debe apreciarse en
su verdadera dimensión para evitar que corra el riesgo de perderse
en la vorágine de nuestro tiempo, tan propenso a lo novedoso.
Afortunadamente, en los últimos años todo este acervo cultural se
esta recuperando con acierto en las hermandades de Osuna. Es el caso
de las “Preces” al Santo Ecce Homo del Portal, antigua rogativa
que retomó hace más de un lustro la Vera Cruz, o las “Coplas al
Señor de la Humildad y Paciencia”, composición musical que
entonaban los frailes en sus oficios de coro en los viernes de
Cuaresma y fueron oídas de nuevo el año pasado en los cultos de la
hermandad carmelita.
En
este marco emotivo y simbólico toman sentido dos recuperaciones
recientes que se han propiciado en el seno de la hermandad de la Vera
Cruz. Una de ellas es el escudo primitivo que usó desde su fundación
en 1545. Con ello la cofradía crucera no pretende reemplazar el que
tiene desde su reconstitución a finales del siglo XIX, sino
restablecer un patrimonio olvidado que muchos hermanos ni siquiera
conocían y con ello poner en valor un símbolo cuyo significado se
encuentra en las propias raíces de la corporación.
Se
ha reproducido en óleo sobre un tondo de madera con marco dorado con
decoración vegetal que se encuentra situado en el frontal de altar
del Santísimo Cristo de la Vera Cruz. Está inspirado en la insignia
que aparece en la vara del hermano mayor, obra realizada en plata
cuya ejecución, a tenor de los motivos decorativos que presenta,
podría situarse en el siglo de la fundación de la hermandad. El
escudo se compone de una cruz arbórea, de tonalidad verdosa, sobre
un monte silvestre, donde aparecen tres clavos. Flanquean la
composición las letras “V” y “A”, entrelazadas, y la “C”
y la “Z”, anagramas realizados en capital clásica alusivos a la
Vera Cruz. Debemos destacar la importancia que para estas
corporaciones nacidas dentro de la familia franciscana tuvo la
representación de la cruz arbórea, representación simbólica del
Árbol de la Vera (Verdadera) Cruz. Leño verde de madera
incorruptible símbolo de la Redención de Cristo y su triunfo sobre
la muerte. El carácter escatológico que adquiere el color verde se
contrapone a la necrológica sequedad del tronco y nos habla de la
savia nueva que regenera la vida. Esta fórmula se había utilizado
desde el arte paleocristiano, como vemos en la cruz arbórea sembrada
de esmeraldas existente en San Apolinar in Classe de Rávena.
Posteriormente entró a formar parte de la heráldica del Santo
Oficio y de las cofradías de la Vera Cruz. El escudo se ha realizado
también en madera para los cultos de la hermandad. Ambos se pudieron
ver en la mesa de oficiales de la junta de gobierno en el pasado
triduo penitencial.
Otro
de los elementos con fuerte carga simbólica recuperado ha sido el
lema que utilizaba la cofradía tiempo atrás y podemos ver en las
antiguas convocatorias de cultos. El
adagio asocia dos de las grandes devociones de la Hermandad: la Cruz
y la Esperanza. Ambas se vinculan en este lema, que reza: “AVE
CRUX, SPES UNICA”. Se trata de una expresión piadosa que se podría
traducir como “Saludo a la Cruz, nuestra única esperanza” o
“Salve, oh Cruz, única esperanza”. Tiene su origen en la novena
estrofa del Vexilla
Regis,
himno compuesto en el siglo VI por el obispo San Venancio Fortunato
con motivo del traslado de las reliquias de la Vera Cruz de Jerusalén
al monasterio francés de Poitiers. Fue cantada por primera vez el 19
de noviembre de 569. Se cantaba en la víspera del Domingo de Pasión.
La expresión tiene una larga historia en la piedad católica y se
utilizó como lema por los obispos e instituciones católicas. Es el
lema de la Congregación de Santa Cruz. Giovanni Pierluigi da
Palestrina, uno de los autores más eminentes de la música
polifónica religiosa de la Contrarreforma,
compuso una partitura con este título.
PJMS
Fotografia: Pedro Selva Bejarano