domingo, 30 de marzo de 2014

La Vera Cruz recupera las hachetas de difuntos para la estación de penitencia


El tramo de hacheros acompañará al primitivo titular

Entre las novedades que la Vera Cruz tiene previstas para su estación de penitencia se encuentra la recuperación histórica de doce hachetas o hacheros, realizadas con taza, portavelas y regatón en metal plateado y cincelado y mástil de madera en caoba. La disposición del tramo de hacheros dentro del cortejo de la estación de penitencia será, junto a la cruz alzada de difuntos, precediendo al Cristo muerto de la Vera Cruz.
Esta iniciativa tiene su fundamento en los orígenes de la cofradía, cuando los hermanos de luz iluminaban con los hacheros el cortejo de la estación de penitencia. Así lo atestigua el estatuto número once de las Reglas de la Cofradía de la Sangre de Nuestro Señor Jesucristo, fechadas en 1576, donde se especificaba que la procesión se alumbraría con “doce hachas grandes, del tamaño de las de la cofradía de la Vera Cruz”. La hermandad de Cristo de la Paz también las llevaba, en número de veinte, y eran portadas por los hermanos pobres, al igual que la de Jesús Caído.
Las hachetas se siguieron utilizando hasta bien entrado el siglo XX. Como uso residual se usaban también para acompañar en los sepelios, junto al estandarte de los entierros o la cruz alzada de los difuntos, a los hermanos fallecidos. En este caso eran portadas por vecinos pobres que pagaba la cofradía para que asistieran. Precisamente, en el archivo de la  de la Vera Cruz encontramos una referencia del 1895 que hace alusión a esta costumbre. En el documento se especificaba que entre los derechos de sus cofrades se establecía que “si algún hermano se hallase enfermo y hubiera la necesidad de administrarle los santos sacramentos”, se le acompañaría “a su Divina Magestad con veinticuatro luces y la orquesta de música” que dispusiera la junta de gobierno. En caso de fallecimiento del entierro se encargaría el muñidor y se abonaría el importe del “entierro de 4ª clase”. Mientras permaneciera el cadáver en la “casa mortuoria” se facilitarían “cuatro velas” y durante su traslado al cementerio, para que acompañaran al difunto, se pagaría a “doce pobres precedidos por el estandarte de la cofradía”.
A modo testimonial, para ilustras esta escena remitimos a una de las obras más notables de la producción del pintor ursaonense Juan Rodríguez Jaldón. Nos referimos al lienzo de gran formato que con el título de “El entierro” se conserva en la pinacoteca municipal de Carmona. En ella el pintor da cuenta de la decadencia y secularización a la que había llegado esta práctica centenaria. Muestra el ambiente cargado del interior de la iglesia carmonense de San Blas, instantes antes de celebrarse el oficio. Para acompañan al hermano fallecido asisten a la ceremonia varios pobres, que llevan colgado del cuello el escudo con la cruz de Jerusalén, perteneciente a la hermandad de Jesús Nazareno, y portan varios hacheros y una cruz alzada de madera dorada. El crucero, sentado en una silla, va cubierto con el capote negro que, como parte del uniforme, estipulaban las reglas de la hermandad carmonense. Sus rostros y actitudes constituyen una auténtica galería de retratos costumbristas, que viran entre la indiferencia y la piedad, componiendo un conmovedor retrato, que sobrecoge al contemplar la cotidianeidad de la muerte en sus vidas. Mientras esperan con hastío la llegada del difunto, se sienten cansados de la vida, pero también de la muerte.

PJMS